Elementos para el diálogo interreligioso

Retos y frutos del diálogo interreligioso

Existen varias posturas en el debate sobre la teología de las religiones. Con tal de hacer posible este diálogo, los teólogos llamados «pluralistas» preconizaban el paso del paradigma del cristocentrismo al del teocentrismo, es decir -añade Dupuis- del inclusivismo al «pluralismo». En efecto, -pensaban ellos-, ¿cómo puede ser sincero el diálogo, o simplemente honesto, si los cristianos inician con una idea preconcebida, con un prejuicio preconstituido referente a una unicidad «constitutiva» de Jesucristo, salvador universal de la humanidad?

Según el parecer de los «pluralistas», una cristología «constitutiva» e «inclusivista», según la cual toda la humanidad es salvada por Dios a raíz de los sucesos de Jesucristo, no dejaría lugar a un auténtico diálogo. Entonces -se preguntan-, ¿pueden ser sinceros, la Iglesia y los cristianos, en su declarada voluntad de entrar en diálogo, si no están dispuestos a renunciar a las pretensiones tradicionales sobre Jesucristo, Salvador «constitutivo» de la humanidad? El problema de la identidad religiosa, en general, y de la identidad cristiana, en particular, está implicado en esta cuestión, así como el de la apertura hacia los otros que el diálogo exige.

Así pues, -continúa Dupuis- «la honestidad y la sinceridad del diálogo exigen específicamente que los participantes ingresen y se comprometan con la integridad de su fe. Toda duda metódica, toda restricción mental, está fuera de lugar. De otra manera, no se podría hablar de diálogo interreligioso o entre las confesiones religiosas. Esta fe no es negociable en el diálogo interreligioso así como no lo puede ser en la vida personal».

El diálogo no puede buscar la facilidad pues ésta es ilusoria. No hay que pretender disimular las contradicciones entre las diferentes confesiones religiosas; el diálogo las ha de reconocer allá donde se encuentren para hacerles frente con paciencia y de una manera responsable. Afirma Dupuis que disimular las diferencias y contradicciones eventuales equivaldría a hacer trampa y llegar, de hecho, a privar el diálogo de su objeto. El diálogo busca la comprensión en la diferencia, en el afecto sincero de las convicciones de los otros como de sus personas. Esto quiere decir que los cristianos no pueden disimular su propia fe en Jesucristo, y, por otra parte, han de reconocer a los que no comparten su fe. Es mediante esta fidelidad a las convicciones personales no negociables, honestamente aceptadas por parte del otro, que el diálogo interreligioso se dará de «igual a igual», incluidas las diferencias.

Cada participante en el diálogo ha de entrar en la experiencia del otro, esforzándose en comprenderlo desde su interior. Éste esfuerzo de «comprensión» y de «simpatía» es lo que R. Panikkar denomina el diálogo «intrarreligioso», condición indispensable del verdadero diálogo interreligioso.

Dupuis cita en este punto la obra de F. Whaling, «Cristian Theology and World Religions», cuando afirma que «Conocer la religión del otro significa mucho más que estar informado sobre su tradición religiosa. Implica entrar en la piel del otro, caminar con sus zapatos; ver el mundo, en cierta manera, como él lo ve; plantear las cuestiones del otro; penetrar en el sentido que el otro tiene de ser hindú, judío, budista o lo que sea». Se trata pues, del encuentro, en el interior de una misma persona, de dos maneras de ser, de ver y de pensar. Este diálogo «intra-religioso» es una preparación indispensable para el intercambio entre personas en el diálogo interreligioso.

Los cristianos tienen algo que ganar en este diálogo, afirma Dupuis. Sacarán una doble ventaja: el enriquecimiento de su propia fe a través del descubrimiento más profundo, de ciertos aspectos, ciertas dimensiones del misterio divino que habían percibido con menos claridad, y al mismo tiempo, ganan una purificación de su fe. Así pues, -concluía el padre Dupuis- , el diálogo constituye, a la vez, un reto para el interlocutor cristiano.

vía Elementos para el diálogo interreligioso.